El cumpleaños de Alicia

Sonaba una selección de rock de los 50 en un viejo y caro equipo que reproducía LPs, los parlantes eran negros y sobrios como sus invitados, el vino traído de sus viajes por Europa brillaba en un decantador de cristalería suiza. Los brazos levantaron las copas  en una coreografía solemne a lo largo de la mesa de roble imitando al joven de fina barba y cejas depiladas. El  muchacho sonreía y modulaba palabras que Alicia no escuchaba, no porque fuera sorda, sino porque en ese preciso instante entendió que sus viajes, su perfume francés, sus pulseras y su rolex parecían apagarse, disolverse en una noche de brillantes candelabros, reflejos de joyas y hermosas palabras sin sentido.

Sintió un gran sentimiento de auto desprecio. Casi se revela contra todo y todos, casi le escupe en la cara al joven, casi se marcha dando un portazo. Pero recordó como corrían las lagrimas de Fabio cuando ella le rompió el corazón esa tarde en ese café de la esquina, a la salida de la universidad. Y como era una gran moralista -aunque ella no lo supiera- se dijo que lo tenía merecido y bebió hasta el final, con una sonrisa tan dura como sus copas, el vino mas asqueroso de su vida.